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El camino a Chichen Itza

Atrás quedaban las islas paradisíacas y el estado de Quintana Roo y pasaba a mi siguiente desafío: Yucatán. Y para ser sincero, no comenzaría de la mejor manera, teniendo como objetivo alcanzar el pueblo de Temozón previo paso al atractivo turístico de Las Coloradas, un conjunto de salineras que producen que las aguas se tornen rosas y que muchos visitantes atrae cada día. Al intentar llegar a este lugar a dedo comí polvo y horas en la carretera y bajo un sol que no se podía aguantar. Para acortarles la historia, no logré llegar y debí pagar un bus en dirección a Tizimin para finalizar mi día del demonio mordiendo la frustración.

Como suelo mencionar, pero a veces olvido por completo, el camino es inescrupuloso y no atiende a gustos, pero siempre sorprende. En Temozón, pueblo donde osé quedarme un par de días, encontré a Cristian y su familia que me dieron la bienvenida a Yucatán, me ofrecieron una hamaca para dormir y más de alguna comida que compartimos en conjunto siempre acompañados de una amena charla. En un par de días visitaría Chichen Itzá, pero aquello podía esperar un poco más.

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Temozón fue ideal para utilizarlo como base para recorrer otros atractivos de los alrededores. Las Coloradas eran historia, porque a veces hay que renunciar a sueños simplones, porque reconozcámoslo, ir a ese sitio a 100 kilómetros de distancia y pagar un tour en motocicleta de 50 pesos mexicanos (2,5 dólares) es sólo para obtener una foto. Desde Temozón visité la gran urbe de Valladolid, a sólo 15 minutos en transporte público. Valladolid es un fantástico pueblo mágico colonial que recibe por las tardes a todos los tours que desembarcan tras recorer Chichen Itzá durante el día, lamentablemente sólo son unos minutos en la plaza central para un lugar que merece un poquito más de amor. Claro, en la plaza es posible admirar la gigantesca catedral y comer una típica marquesita, pero no es suficiente para admirar el casco colonial en su magnitud o recorrer el monumental Convento de San Bernardino o nadar en las aguas del cenote Zaci, ubicado en pleno centro histórico.

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Hablando de cenotes, a pocos kilómetros de Valladolid existe uno de los mejores cenotes que visité en mi vida llamado Suytun, ubicado a una distancia breve del poblado del mismo nombre. Es un cenote subterráneo al que entra un haz de luz desde la cima y que recibe el grueso de los turistas a mediodía, hora en que la luz da perfectamente sobre la plataforma que construyeron en medio. El precio de entrada es de 80 pesos mexicanos (poco más de 4 USD), pero valen la pena para una de las sorpresas bañadas en frías aguas que de seguro no pasará desapercibido a tus ojos.

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La cereza del pastel fue concluir esta etapa de la ruta en una de las siete maravillas modernas del planeta. A sólo 45 kilómetros de Valladolid y muy sencillo de llegar pidiendo aventón (a dedo) por la gran afluencia de vehículos que se dirigen hacia allí, me dirigí hacia Chichen Itzá. Me monté en un vehículo con dos colegas catalanes con quienes nos fuimos conversando de las similitudes de sus orígenes con el mío finalizando en la realidad mexicana que nos unía en esta mañana soleada de agosto. Después de aquella plática creo sentirme aliviado que a pesar de todo, Chile no tiene una monarquía, y menos corrupta como la de mis compañeros de viaje.

Chichen Itzá. Mi segunda maravilla moderna tras el Cristo Redentor de Río de Janeiro. Al ver fotos a la distancia del sitio arqueológico el 95% del material es de la pirámide principal, el Castillo o templo de Kukulcan. Lo que aprendería aquella tarde es que esa antigua ciudad maya cuenta con innumerables elementos arquitectónicos que rodean al templo principal y que fui encontrando durante aquellas horas de caminata. Procederé a intentar dejarles un detalle de cada uno:

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Mi recorrido comenzó hacia el sur del sitio arqueológico, encontrando en primer lugar ruinas de viviendas y el Osario, mi primera pirámide en encontrar. El Osario tenía una función original de culto, ya que era el elemento central de un conjunto ceremonial ligado a la representación de un linaje de los señores de Chichen Itzá y se encontraba construido sobre una cueva. A pocos metros encontré la Casa Colorada, un edificio con función religiosa que adosada tenía una cancha de juego de pelota donde me senté cómodamente a descansar. El nombre viene de algunas tonalidades rojizas que fueron encontradas en su interior a la hora de la excavación.

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Caminando más hacia el sur es el turno de El Caracol, conocida también como el Observatorio debido a la forma cupular de su parte superior, además de algunos elementos astrales que coincidentemente relacionan alineaciones arquitectónicas del edificio con eventos astronómicos. Las siguientes estructuras son el convento de las Monjas y la Iglesia: sobre esta última se puede decir que poseía una fachada exterior como pocas había visto en sitios mayas, muy sobrecargada en la decoración y que a pesar de su nombre, se desconoce si su uso era realmente para fines religiosos.

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Un punto que llamó profundamente mi atención de Chichen Itzá y que a ratos produjo una molestia importante en mi estadía es la brutal exposición de vendedores en todo el sitio arqueológico. Una batalla campal entre todos quiénes tienen permitido vender dentro es lo que ocurre cada dos minutos, escuchando artesanías que recrean el sonido del jaguar, adornos en hueso y madera, y ropajes mayas que a para ser franco se venden demasiado baratos para el trabajo que conlleva. Por cinco dólares puedes fácilmente llevarte 5 artículos diferentes, la competencia abrumadora hizo que sus trabajos valieran nada menos que un dólar por pieza y que tengan que molestar al visitante a cada segundo para conseguir aquella mínima suma. Lamentable.

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Finalizando el sur del sitio, correspondía empinar caminata al sector este del templo de Kukulcan. Aquí llaman la atención edificios con varias rondas de columnas que en aquellos tiempos sostenían un techo y que aparentemente fueron modificadas de forma constante por la adición de nuevos muros interiores, desconociendo si era por problemas de estabilidad del edificio o para fines prácticos. Algunos de ellos eran utilizados como mercado, para reuniones de consejo o ceremonias sagradas mayas, mientras que en otros se desconoce su utilidad.

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Al norte del templo se encuentra la plataforma de Venus, una plataforma cuadrangular con alfardas que remataban en cabezas de serpiente  y tableros laterales con tallados de seres mitológicos. En las esquinas hay dos glifos que se asocian al planeta Venus y se cree que en él se realizaban actos ceremoniales. Desde este punto hay un sendero largo (y plagado de vendedores) que lleva al cenote sagrado, importante centro de culto dentro de Chichen Itzá. En este cenote se realizaban rituales y se ofrecían objetos de oro y otros materiales, así como también restos óseos de niños y hombres adultos. Por si les interesase buscar aquellos tesoros o los mate la curiosidad, la profundidad del cenote es de 6 a 12 metros, complicado hasta para los más hábiles.

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La última parada previa al Castillo es el juego de pelota, la cancha más grande de Mesoamérica. Ubicada en el sector noroeste del sitio arqueológico, posee dos enormes construcciones laterales donde se ubican los anillos de piedra con imágenes de serpientes emplumadas y dibujos de escenas de sacrificio de jugadores, todo conservado de una forma extraordinaria. Cuando los conquistadores llegaron a zona maya encontraron que jugaban juegos de pelota en canchas menores y con anillos mucho más bajos, por lo que me imagino que este lugar poseía reglas distintas a las tradicionales conocidas por los españoles.

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Mientras degustaba mi fruto favorito de la zona, la guaya, correspondía culminar con el plato principal de Chichen Itzá, el Castillo o Templo de Kukulcan. Junto a la plataforma de Venus y el sendero que conduce al cenote sagrado conformaban un conjunto representativo de poder religioso y político de los itzaes. La pirámide es perfectamente simétrica e imponente por su tamaño, pero con una decoración bastante humilde. Como muchas otros edificios mayas, dentro guarda otra construcción con igual orientación y perfectamente preservada. Tenerla finalmente frente a tus pies es una misión cumplida, un paso importante en esta travesía mexicana que estaba sólo empezando. El precio por visitar esta maravilla moderna es de 254 pesos mexicanos para extranjeros (13,5 dólares) y a pesar de que a ratos el problema de los vendedores irrita y considerando que hay otros sitios arqueológicos que están agarrando fuerza en término de visitas como Ek Balam o Uxmal, sólo les digo que Chichen Itzá es un imperdible absoluto.

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Con la postal final junto a la pirámide me despido de Chichen Itzá. Una caminata de 2 kilómetros y un mototaxi me llevan al pueblo de Pisté donde me esperaría una familia tradicional maya que me robó el corazón, porque los mayas siguen más vivos que nunca aunque muchos no lo acrediten. Lo están en varias zonas de Guatemala y también aquí en la península de Yucatán, y para ellos Chichen Itzá es símbolo de lo enorme que su civilización llegó a ser y del legado que ellos mismos deben preservar, uno de cultura y tradición.

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