Hoy les escribo desde una pacífica hamaca en Playa del Carmen en casa de unos muy buenos amigos argentinos celebrando haber cumplido 26 meses de viaje, con un gato durmiendo en mi estómago y a una semana de dejar México. No puedo creer lo lejos que junto a mi mochila hemos llegado, un total de 18 países en todo este tiempo. En unos días toca ir al aeropuerto a despedirme de todo esto, de centro y norteamérica, pero aún hay algunas pocas aventuras que contar.
Tras dejar Calakmul junto a esta rara pareja de neozelandeses que me dieron aventón hacia las ruinas y con quienes formamos una muy particular amistad, pasé la noche acampando fuera de su hospedaje en el pueblo de Xpujil y desde ahí muy temprano por la mañana del día siguiente salí a la carretera en camino a Campeche, con tal suerte que la misma pareja de belgas que me había dado un pequeño ride la jornada anterior, pararon por mí para continuar las charlas pendientes. Como dice el dicho.. al que madruga Dios le ayuda. Ellos, más una motocicleta y un auto completamente destartalado hicieron que los 300 kilómetros que separaban Xpujil de Campeche se hicieran una mañana tranquila de viaje, arribando a la capital del estado pasado mediodía.
La llegada a Campeche fue intensa, ya que mi último viaje tuvo que pagar varios sobornos a la policía por el estado del vehículo, cosa completamente normalizada por ambos actores en la situación. Romina me hospedó por Couchsurfing en el barrio Tula IV, una amorosa chica sin mucho tiempo libre para salir, pero siempre con la disposición para recibir viajeros en su hogar. Al tomar bus hacia el centro histórico de Campeche notas la mayor característica de la ciudad, es una fortaleza custodiada por enormes muros y numerosos fuertes de los cuales aún hay vestigios intactos. No he tenido la posibilidad de visitar Cartagena de Indias, en Colombia, pero por fotografías puedo decir que debe ser de lo más parecido en términos de ciudades fortalezas. Con el pasar de los años han ido agregando tierra al borde costero lo que hizo que los muros fueran quedando lejos del límite con el océano y así instalar una carretera y parques para formar el malecón actual.
San Francisco de Campeche sería la última ciudad mexicana que recorrería con ojos de viajero, buscando en cada rincón lo que da placer y orgullo a sus habitantes, porque tras mi paso por acá volvería a Yucatán y Quintana Roo sólo para visitar algunos amigos y descansar previo al vuelo de vuelta.
Cruzar el umbral de la muralla nos interna en un mundo donde los colores adornan las calles, las construcciones antiguas prevalecen y exceptuando los edificios públicos, casi toda su envergadura es amable con el turista. Desde Campeche salen tours a Calakmul o Edzna, los sitios arqueológicos más importantes del estado, y también a Río Lagartos, como a cualquier otro atractivo de la Riviera Maya. Pienso, desde la cima de uno de los baluartes que rodean al centro histórico, en las batallas que estos muros tuvieron que defender, en su mayoría ante piratas foráneos.
Después de tantas ciudades recorridas, tanto que comparar y a veces pienso en lo increíble que es encontrar elementos de ciudades que aún te vuelan la cabeza. Adiós Golfo de México. Desde este punto en adelante los paraderos serían todos conocidos:
Campeche está unida a Mérida por una carretera de 180 kilómetros que me fue fácil de hacer gracias a un desconocido policía que paró a preguntar que hacía en medio de la carretera y luego de verificar mis documentos y entender que pedía un ride para Mérida, colocó un control policial a metros de mi presencia sólo para preguntar a los conductores si estaban dispuestos a viajar conmigo. En dos minutos me encontraba con un camionero rumbo a la capital de Yucatán fumando un cigarro de la mejor cannabis mexicana. Hoy miro hacia atrás esa situación y pienso lo afortunado que fui al ver que en 26 meses de viaje casi no tuve problemas con la policía, sólo algunos detalles menores en Brasil y Panamá que algún día les relataré. Esa tarde volvería a uno de mis sitios favoritos en México, Pisté y la familia de Emir, por segunda vez. (ver Post de Chichen Itza).
Los días que sucedieron a Campeche son de un goce absoluto, regodiando mi paladar con la mejor cochinita pibil de Pisté, enseñando a hacer dedo por primera vez a Yee, una tailandesa con quién coincidí un par de días en casa de Emir, compartiendo las creencias y tradiciones mayas con una familia que desciende directamente de ellos y dándole un descanso a un cuerpo que lo único que necesitaba era echarse en rato en una hamaca yucateca, leer un buen libro o ver una mala película sólo para perder el tiempo.
Hoy, a unas semanas de este acontecimiento, entrego todo mi afecto a Emir y su maravillosa familia por la pérdida de su padre a manos de una triste enfermedad. Agradezco de todo corazón el que nos hayas hospedado aún cuando él se encontraba en una situación muy delicada, mi casa será siempre tu casa amigo querido.
Avanzando hacia Playa del Carmen encontré a Armando y su novia dirigiéndose para la Riviera Maya y dando el que sería el último viaje a dedo por el hermoso México. Son 44000 kilómetros ya en 479 vehículos a dedo, atravesando 18 países de Sud, Centro y Norteamérica. En Playa tendría mi justa revancha dado que en mi primera estadía en la ciudad (agosto 2019) se encontraban en plena plaga marina del sargazo, alga que tenía todas las costas caribeñas en el peor de los estados, con colores cafés y olores fétidos que no permitían siquiera entrar al mar. Esta vez no era el caso, esta vez las aguas tenían esos colores turquesas que tanto les conocemos y que tan famosa han hecho a la riviera maya. ¿Una mejor noticia? La noche siguiente a mi llegada comenzaba el Festival de Jazz de Playa del Carmen, con artistas de la clase de Norah Jones, belleza misma.
El último reencuentro, con merecida despedida fue con dos viajeros que hoy coloco entre los seres más maravillosos pude conocer durante todos estos años dándole la vuelta al mundo, la pareja argentina del cordobés Gastón y la entrerriana Mika. Desde el caos de Santa Elena de Uairen en Venezuela al frío de una de las mejores aventuras de mi vida, el Monte Roraima, a las playas y las cervezas de Puerto La Cruz, a un doble encuentro en esta ciudad que hace meses llaman hogar. Aquel asado argentino con el resto de sus compatriotas entró a coronar días de paz y felicidad junto a ustedes. Al fin y al cabo, para la próxima el lugar será indiferente, lo importante será compartir unas risas al ritmo de un buen fernet.
El gran final en la travesía mexicana me pone en el pueblo de Puerto Morelos, a medio camino entre Playa del Carmen y Cancún, y la que sería en definitiva mi última parada y los últimos anfitriones en este país. A Chris sólo lo vi el día que me recibió en el pequeño apartamento que arrienda y que ofreció darme por dos noches, mientras que con Pablo salimos a comer fuera de casa para no olvidar el sabor mexicano en cada uno de sus platos, mientras nos perdíamos por alguna de las playas de Cancún que debido al sargazo también había evitado en mi primera visita. Con Pablo (gallego de nacimiento) compartíamos el no ser de esta tierra, pero tener a México atravesado en medio de nuestros corazones, un lugar en el que espero algún día poder vivir.
Después de Brasil en el país que más tiempo pasaría sería México, y eso que ni siquiera conocí la mitad del país. Un gasto de 102 pesos mexicanos por día (poco más de 5 USD) para un total de 131 días. Me llevo amistades para toda la vida, experiencias para recordar, sabores que espero pueda repetir pronto y muchos sueños cumplidos. Viajando a dedo por tus carreteras nunca me sentí inseguro y siempre recibí cordialidad, una sonrisa y buenos deseos. Gracias Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Chiapas, Oaxaca, Puebla, Edo de México, Michoacán y la Ciudad de México; en fin, gracias México lindo y querido! Hasta la próxima vez.