El muro, era todo lo que tenía en la cabeza antes de abordar el avión en Ciudad de México con dirección a Tijuana. Había estado en anteriores ocasiones en Estados Unidos y después de recorrer México ya me sentía uno más en el país, pero nunca había tenido la posibilidad siquiera de acercarme a aquella famosa barrera artificial creada por el hombre norteamericano en la década de los 90s y que separa de manera brutal ambas naciones. Hoy, más que nunca se reconoce este sitio como una de las promesas de campaña del actual presidente estadounidense que no tengo intenciones de mencionar y que también adquirió relevancia significativa este año 2018 con las caravanas de miles de centroamericanos que caminaban desde sus hogares en busca de un futuro mejor. Hoy les relataré este viaje a la capital del estado mexicano de Baja California, Tijuana.
Mi primera impresión en el vuelo fue notar la enorme distancia entre Tijuana y cualquier otra metrópolis mexicana, eso más adelante explicará lo diferente que es su estructura a la típica ciudad capital colonizada por los españoles, porque a ratos pareciera ser una extensión de los Estados Unidos, pero a una pared de diferencia. Al aterrizar lo vi, el muro, y no podía creer que el aeropuerto estuviese pegado a él, no sólo eso, sino que la parada de bus sobre la que debía esperar mi transporte al centro de la ciudad estaba sobre la muralla misma. Lo tenía frente a mí.
En Tijuana me hospedó la bella Carmen en su hospedaje MooraBNB que les recomiendo visitar porque es un oasis de paz en el desierto, y es que Tijuana, como toda ciudad fronteriza, es muy caótica, con un flujo constante de movimiento entre ambos países y este sensacional lugar fue lo mejor que pude encontrar. Desde Ciudad de México al sur había recorrido toda la república por tierra a dedo de forma lenta y calmada, mientras que esta vez sería diferente, una parada de unos pocos días para vivir intensamente la bella Tijuana. Así fue como no hubo descanso alguno al estómago para probar los mejores tacos de pescado y camarón enchilado por la mañana siguiente. Había decidido que este sabor sería el que me llevaría a mi salida de México.
A esta altura ya estaba obsesionado con aquella pared de cemento, así que tras el magnífico desayuno, Carmen me dejó en la playa para mi primera experiencia fronteriza, el límite mismo en la zona de Playas de Tijuana. Esta zona se vio atestada de migrantes (en su mayoría hondureños) de la caravana que llegó a la ciudad en 2018 buscando asilo humanitario de Estados Unidos. Al recibir el rechazo de la parte gringa, muchas familias hicieron de esta metrópolis su hogar instalándose donde fuese posible. Es fuerte la sensación de impotencia en un lugar así, que ciudadanos de ciertos países tengan mayores facultades para cruzar límites imaginarios que otros, que mi pasaporte chileno sea más poderoso que cualquiera de los que conforman la querida Centroamérica, por ejemplo. La frontera llega hasta el océano pacífico mismo y aún más allá, hay militares constantemente resguardando el muro que hoy dibuja historias de sufrimiento y superación, y que ha visto a más de 10000 personas perder la vida buscando cruzarlo. Diez mil. Me recordó a Guito, mi buen amigo haitiano que conocí hace unos años en Neuquén, Argentina. Qué pena..
La segunda parte de la estadía correría por cuenta de Eric y su tour a pie por la ciudad. Caminar la revitalizada Avenida Revolución a través del arco reloj monumental en dirección a la aduana fronteriza, regresando por callejones coronados por puestos de prostitutas que esperan a su posible cliente extranjero y que evocan las invitaciones a beber alcohol en las cantinas del centro de Tijuana en época de ley seca estadounidense. Visitamos el Museo de Historia de Tijuana en busca de respuestas a inquietudes como el origen del nombre de la ciudad, respuesta incierta, pero que las teorías desembocan en el antiguo rancho de la «Tía Juana» que ocupaba el área que hoy es la ciudad. Finalizamos el paseo en la torre de Agua Caliente, ícono de la época dorada de esta ciudad que no para de moverse.
De esta forma y con un último taco de pescado en compañía del mochilero Adber despedí este país maravilloso caminando hacia la frontera más concurrida del mundo. Fueron exactos 150 días que repartí en 14 estados: Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco, Chiapas, Oaxaca, Puebla, Guerrero, CDMX, Michoacán, Querétaro, Hidalgo, Baja California y el estado de México. Amistades que guardaré para siempre, platos de comida que hoy me transportan a momentos y lugares que me dejaron sin aliento. Desde las ruinas de Calakmul a la isla de Janitzio, a las cascadas de Chiapas y al muro con USA, no tengo palabras para demostrar mi cariño hacia México. Un comienzo será compartir mi experiencia con todo el mundo.
Saliendo de México viví el estrés de cruzar esta frontera, policías pidiendo pasaporte y papeles de la Visa ESTA que los chilenos contamos para entrar, pagar la entrada con los últimos 7 dólares que me quedaban (mi amigo Adber no podía creer que entrara a USA con 7 dólares en el bolsillo) y bienvenido a los Estados Unidos de América, nuevamente. De un momento a otro me vi tomando el tranvía a la ciudad de San Diego en California, dejando atrás el verde blanco y rojo de la bandera mexicana de forma permanente, serían exactamente 25 horas en este nuevo destino antes de volar un poco más al oeste.
El cambio es notorio entre lo descuidado y desértico de Tijuana y lo ordenado y verde de San Diego, una ciudad que atrae a muchos turistas de todos los lugares del mundo y con una cercanía importante con la Marina de los Estados Unidos. Había olvidado lo que era hablar en inglés, así como también lo orgullosos que son los estadounidenses por sus fuerzas armadas y ese patriotismo que, a pesar de ser una ciudad multicultural, aún se huele a kilómetros de distancia.
Steve tuvo la amabilidad de recibirme por una noche en Couchsurfing para dar una pequeña vuelta por la ciudad y dejarme acompañarlo a una de sus actividades favoritas del mundo, vivir un partido de béisbol de los Padres de San Diego en el Petco Park. ¿Qué puedo decir? El béisbol ha sido desde siempre uno de los deportes que he encontrado más aburridos de ver por televisión, pero es que no saben lo increíble que es asistir a un juego en vivo y en directo. Si hay algo que reconocerle a los estadounidenses es que saben entregar un buen espectáculo y los deportes no son una excepción, misión nada sencilla para un partido que duró casi 4 horas. Afortunadamente para Steve, los Padres ganaron 8-7 a Milwaukee en un juego de ida y vuelta. Mis últimos días en tierras americanas no pudieron ser mejores, mis agradecimientos a Carmen, Eric y Steve por hacerlo posible.
En fin, una visita que fue mejor de lo esperado y en la cual aprendí mucho. Las fronteras siempre son espacio para contar historias, para reír a carcajadas y también para llorar de desesperación. En memoria de todos los que han perdido la vida en cruzar esta y cualquier otra linea imaginaria, mis respetos, porque no es fácil dejar todo para comenzar desde cero. En este preciso momento me encuentro migrando a un país lejano, en otro continente, pero por el placer de hacerlo y porque tengo el dinero para aquello, pues sabemos que ese es un privilegio que sólo tenemos unos pocos. Por un mundo sin fronteras ni banderas..
2 Comentarios
Alberto contreras
Algún día todos los pueblos seremos iguales no abran límites ni fronteras que las hizo hombre…
Rytoks
así es!