Afortunadamente el día que decidí viajar desde Lanquín a Flores en Petén lo hice a primera hora de la mañana, incluso antes del amanecer o definitivamente no llegaba a destino. Si las carreteras por estos lados son de lo peor, la que me esperaba entre Campur y Fray Bartolomé se graduó de insuperable en términos de agujeros, rocas y lentitud de sus transportes. Acá el dedo no sale porque no hay vehículos dispuestos a recorrer estos parajes y hubo que pagar la única furgoneta que a cambio de desarmarse completa hace el viaje por aquella ruta. Así fue todo hasta Raxrujá, donde se arregló todo y continuar fue simplemente un acto de capear el calor y protegernos de las eventuales lluvias que de tanto en tanto caían. Alrededor de las 6 pm y tras 13 horas de viaje arribé a Santa Elena para el encuentro con Allan, mi amable anfitrión en la ciudad y para coronar mis 37000 kilómetros recorridos.
Este lugar marcaría una etapa de finales que incluía mi cierre a la aventura guatemalteca, el final de Centroamérica y que desde Rusia me ponía en sintonía con el último partido de la Copa del Mundo entre Francia y Croacia. Aquella jornada me paseaba solo por Flores mientras el planeta estaba pegado a los televisores, no había un alma en pena a mi alrededor. Tras recorrer la iglesia y el centro de la pequeña isla logré agarrar el segundo tiempo y final que llevó a Francia a su segunda medalla de oro. Para ‘celebrar’ la victoria gala pagué los 3 quetzales a la lancha para cruzar a San Miguel e irme en búsqueda de la playa el Chechenal, patrimonio de los petenenses.
San Miguel es la versión no turística de Flores, conteniendo a una importante población que trabaja en diferentes instalaciones y negocios de la isla. Aquí encontramos una reserva ecológica en todo lo alto y muy pocas casas a medida que nos adentramos en lo profundo de ella. Los locales me advirtieron de la falta de señalización en el lugar, pero que no era complicado llegar a la playa, eso si, antes debía atravesar el mirador, un punto en forma de casa del árbol que otorga una vista de todo el lago Peten Itza y de la isla de Flores. Finalmente, los únicos letreros del sendero te avisan que la caminata ha terminado y que habíamos llegado al Chechenal, una playa artificial con un muelle que para días calurosos como los de Petén son obligatorios, y mucha falta que nos hizo.
Tikal
No es complicado llegar al Parque Nacional Tikal desde Flores o Santa Elena, pero tal cual cada lugar turístico de Guatemala, sus precios están enormemente inflados, cosa que para mochileros es un dolor de cabeza. Lo primero es llegar al poblado de El Remate al costado oriental del lago Peten Itzá y para esto recomiendo tomar un bus en la terminal directo o sino uno que se dirija a Santa Ana y bajarse en el cruce que va a El Remate, por ese viaje pagarán sólo 5 quetzales. Desde ahí el dedo sale bastante rápido a la entrada del Parque Nacional.
Ya en la entrada del parque se cancela la entrada de 150 Q (20 dólares aprox) y además pagué por una noche de camping dentro del parque, cosa que me enteré apenas en la entrada, a un costo de 50 Q adicionales. Era mi última noche en el país y creo que el sitio era el lugar perfecto para despedirme de este país que en poco más de un mes me dio tanto. Desde la portería del parque aún hay 17 kilómetros antes de arribar al sitio arqueológico, distancia prohibida de hacer a pie, había que agarrar un último ride, cosa que con la ayuda de los guardaparques fue extremadamente sencilla.
Con carpa instalada y toda la tarde para recorrer, era hora de caminar. Tikal cuenta con dos museos y varias otras infraestructuras, pero para cualquiera de ellas es necesario pagar adicional. Cuando uno observa fotos de Tikal normalmente sólo aparecen las de la gran plaza en medio, pero algo que poca gente sabe es que el sitio arqueológico es gigantesco. Son cerca de 3000 estructuras que dan forma a esta ciudad maya precolombina. Se aproximaba un viaje en el tiempo que duraría horas.
Nada más entrar encontramos los Conjuntos Q y R, ruinas que permitían disfrutar de todas aquellas formas diferentes de construcción menor a lo largo del yacimiento: pirámides gemelas de tamaño medio, rocas talladas, vestigios de pequeñas viviendas y mucho más. A mi alrededor los guías se comunicaban en toda clase de idiomas para dar la versión histórica a turistas de todos los rincones del planeta. Luego agarré ruta al noreste hacia el conjunto P, sector en que caminé cerca de media hora sin encontrar un alma dentro del parque. Se observa que como los guías sólo son contratados por un tiempo limitado no hacen el recorrido completo. Mi única compañía eran las decenas de coatíes que habitan naturalmente dentro del área protegida, tal cual sucedía en las Cataratas del Iguazú.
Se aproximaba uno de los momentos altos para mi visita a Tikal y ese era la subida al templo IV, el más alto de todo el parque, lugar que hoy se encuentra en reparaciones. Del costado oeste posee una escalera que permite subir a su cumbre y admirar la panorámica completa de todo lo que significa estar en este lugar, incluyendo los pocos templos de altura que sobresalen hacia arriba del bosque. Y para la guinda de la torta, este sitio es famoso por hacer su aparición en la primera película de la saga Star Wars, A New Hope, como la base rebelde de Yavin IV, una sensación ñoña que no olvidaré jamás.
Hacia la derecha del mirador del templo IV se veían un grupo de personas sobre una pirámide intercambiando miradas lejanas con nosotros, y era hacia allí que debía dirigirme en este momento. Mundo perdido es el nombre de esta región de Tikal que se caracteriza por aquella pirámide que lleva el mismo nombre y que también cuenta con infraestructura de escaleras para subirla a tope. Frente a mí, ahora, el templo IV mostraba su cara más alta. Buen lugar para no tener un juego de binoculares. A un guía que hablaba inglés le lograba entender que era el mayor complejo ceremonial del sitio arqueológico donde se realizaban los entierros de la élite.
A un costado de la zona del Mundo Perdido se encuentra la plaza de los siete templos, que incluyen tres patios para el juego de pelota, estos siete templos alineados de norte a sur y otro principal al medio de mayores dimensiones. Literalmente de un momento a otro pasé a estar completamente rodeado por estructuras de roca a mi alrededor, era definitivamente el museo a cielo abierto que esperaba encontrar. Aquí, habiendo nadie a mi alrededor, me acosté sobre el césped y me coloqué a dormir plácidamente, costumbre ya común en mí en sitios arqueológicos de este tipo. Fueron los ruidos de los monos aulladores y de los árboles en movimiento producidos por los monos arañas quienes me sacaron de aquel estado de sueño.
Habiendo esquivado la gran plaza en todo momento para poder dejarla como gran final, fue hora de subir aquella última estructura y admirar este centro urbano maya desde las alturas, el corazón del Parque Nacional Tikal. Frente a mis ojos yacía el templo I o templo del Gran Jaguar junto a la Acrópolis Norte a su izquierda, mientras me encontraba montado sobre el templo II o templo de las Máscaras. Ambas pirámides se miran una frente de la otra y representan lugares funerarios donde líderes mayas junto a sus esposas fueron sepultados. La forma de ambas pirámides y sus cabezas permiten el audio perfecto entre quienes se encuentren en la cima de una y la otra. La arquitectura maya simplemente tocó techo en este lugar, no podía creer que este sueño vago de mucho tiempo al fin se hiciera una realidad. No daba más de felicidad.
El grueso de los turistas siempre se concentran en la Gran Plaza, pero a nivel del suelo. Aquí logré agarrar bien las imágenes de la Acrópolis, lugar utilizado en la antigüedad por la clase alta: el poder político, religioso y administrativo. Son de las más antiguas de la ciudadela, datando desde 350 d. C. aprox. Cada vez que alguien fallecía se creaba una nueva estructura que formase parte de la Acrópolis. También desde aquí agarré la vista del templo II (donde recientemente me encontraba en su cumbre) ahora desde el nivel del suelo. Sobre el césped encontramos una gran cantidad de estelas y altares que relatan parte de la historia de esta civilización.
Finalmente fue el turno de la región sur, la Acrópolis Central, Sur y la mayor de las sorpresas del parque, el templo V. A esta altura me leía cada uno de los carteles informativos alrededor del parque y llegué a imaginarme que con el atardecer que ya se aproximaba podía intentar hacer vista de algún ocelote o quien sabe, el imponente jaguar. Me fui hacia donde no habían turistas y me quedé en silencio admirando los detalles finales de estas mega construcciones. Esto era, a mi juicio, lo más parecido a una ciudad, con patios exteriores, más de 50 edificios de piedra, palacios de tres niveles, definitivamente el sitio donde la familia real maya vivió en su auge, crecimiento tan grande en términos demográficos que me perdía entre los diferentes laberintos.
Al topar con el límite sur encontré la belleza de pirámide llamada Templo V. Según se comenta, por 150 años fue uno de los edificios olvidados del completo arqueológico y unas imágenes presentes muestran como los obreros guatemaltecos hicieron para desenterrarla de las tinieblas, limpiarla roca por roca y hacer la maravilla que hoy veía a través de mis ojos. Mide 53 metros de altura, siendo el segundo punto más alto del parque y además esta orientado al norte, cosa extraña al observar que en Tikal casi todas las pirámides siguen la orientación este-oeste. Podría estar una semana aquí dentro y no me aburriría jamás.
El atardecer se aproximaba, el final estaba cerca. Lo positivo de acampar en Tikal es que te permite salir del parque a la hora de cierre o entrar a la hora de apertura, mientras que la mayoría de turistas abandona unas 3 horas antes. Sólo me quedó volver a la gran plaza, sentarme frente a la pirámide del Gran Jaguar y esperar que todo continúe silente y reflexivo, porque el sitio es perfecto para disfrutar de aquellas bondades gratuitas. Nos quedábamos los finales y llegaban quienes pagan adicional para ver el atardecer. (NOTA, no paguen los 100 Q adicionales por el amanecer o el atardecer, normalmente no se observa nada).
Literalmente dejé los pies en Tikal, como siempre soñé que sucedería. Mi última noche en Petén y en todo Guatemala sería bajo las mismas nubes que cubren el mayor conjunto arqueológico maya. Ante tamañas estructuras que conocí hoy mi carpa era una alpargata, pero fue especial compartir con ella aquella noche en la cual despertó en mi el viento que todo lo empuja. Que más puedo esperar, sólo eso.