La costa este era historia. Habían sido nada más y nada menos que 4000 kilómetros del lado estadounidense que ve los amaneceres desde el Océano Atlántico, que finalizaron en el aeropuerto John F. Kennedy de New York. El destino siguiente era la ciudad del pecado, Las Vegas, Nevada. Correspondía una etapa que había esperado por mucho tiempo, la de visitar parques nacionales y paisajes asombrosos, quizás acampar alguna noche al aire libre, quién sabe. Lo único seguro era que mi estadía en la capital mundial de las apuestas sería muy, pero muy breve.
Habiendo pasado la noche que llego a Las Vegas en el mismo aeropuerto, recibí una respuesta inesperada de un mensaje que había escrito en Couchsurfing días antes: Neven, un búlgaro que viajaba en su vehículo, haría 10 días de viaje alrededor de los parques nacionales de Utah y Arizona, e invitaba a este servidor a unirse en su travesía para así ahorrar en gastos. No podía ser más perfecto. Ahorraría 3 o 4 veces lo que iba a gastar (arrendaría un auto) y disfrutaría de la compañía de un nuevo compañero en este viaje. Acepté sin más pensar.
Las sorpresas no terminarían acá. A la mañana siguiente Neven apareció a recogerme al aeropuerto con una nueva noticia: se sumarían dos personas más a nuestro viaje, Kenzi y Aurelie (Lily para los amigos) de Bélgica. Como imaginar que hace 12 horas estaba durmiendo solo en el piso de un aeropuerto planeando qué carajo iba a hacer, y ahora me encontraba pronto a ir de roadtrip con tres desconocidos europeos salidos de la nada misma. El alma de viajar misma. Venía de pasarlo no muy bien en las Cataratas del Niágara y el universo me devolvía el favor de esta manera. ¡Y qué panorama se avecinaba!.
Olvidaba al quinto integrante de nuestro viaje, el enigmático Toyota Corolla del 87 llamado Rocinante en honor al corcel de Don Quijote de la Mancha. Si nuestra aventura sobre él era la décima parte que la del ingenioso higalgo, estábamos pagados. Cuatro historias que por 10 días convivirían en una sola, con los hermosos parajes del sur de Utah por delante.
Neven era el conductor, yo hacía las bases de copiloto y los belgas distribuían sus largas piernas en el reducido espacio trasero. Ni bien llevábamos 30 minutos, los incómodos hicieron aguas ante el cansancio y esto me otorgó tiempo para conocer a mi compañero de labores. Neven había adquirido el Corolla hace poco y buscaba realizar su primera gran prueba en la carretera antes de sacarlo a recorrer México y Centro América en soledad. Así que por ahora ya sabía que, ante cualquier inconveniente, si algo llegase a ocurrirle a nuestro medio de transporte, al menos no estaría solo. (Nota: pueden seguir su viaje ACÁ)
Los Beatles eran la banda sonora de la carretera. Para Neven, que estaba en proceso de aprender español, tener un hispanoparlante de copiloto le venía ideal para practicar. Yo estaba atónito, esperé con tantas ansias recorrer estos parajes desérticos después de caminar a través de tantas grandes ciudades que no había como sacarme del éxtasis permanente. A unas 160 millas al norte de Las Vegas, la geografía comenzó a cambiar de forma brusca, e hizo que los cerros evolucionaran en enormes cañones. Nos acercábamos al Parque Nacional Zion.
Durante el viaje visitaríamos cerca de 5 parques, por ende lo más recomendable es pagar el Pase Anual para todos los parques nacionales de los Estados Unidos, que tiene un valor de 80 USD por un vehículo y todos sus ocupantes (adquirido a la entrada de cualquier parque). Verdaderamente conveniente si consideramos que cada parque pide 25-30 UDS de entrada.
Con los belgas ya despiertos, era el turno de conocerlos a ellos. Aparte de amar dormir, Kenzi y Lily eran estupendos senderistas. De hecho, se encontraban en los Estados Unidos realizando diferentes tramos del Arizona Trail, uno de los senderos más conocidos del país, y que cruza 1300 kilómetros del estado de Arizona (desde la frontera con México a Utah). Por eso estaban exhaustos. Y bueno, nuestra travesía era un enorme break para sus piernas. (También escriben un blog en este link).
Nos detuvimos en el Centro de Visitantes del parque por el respectivo mapa y para llenar nuestras botellas de agua y, ad-portas del atardecer, hicimos un pequeño sendero para admirar los alrededores. No hubo que caminar mucho para sentirse conmovidos por las enormes formaciones rocosas del cañon Zion, esculpidas durante millones de años debido a la acción del río Virgen. Ver el ocaso en un lugar así de majestuoso fue la previa, el aperitivo para lo que se avecinaría en la próxima jornada.
Como mochileros, nuestro plan era no pagar hospedaje por estar en este lugar, por lo que aprendimos las reglas de acampar en los Estados Unidos de forma gratuita. Primero, nunca lo hagas dentro de un parque nacional. Segundo, cuidado con hacerlo en un terreno privado ya que el dueño tiene derecho a dispararte sin dudar. Tercero, asegúrate de estar al menos a 1 milla fuera de una carretera principal. Cumplidas todas, sólo quedaba disfrutar.
A la hora de comer aparecían los genios de cada uno de los miembros de esta nueva familia de la que formaba parte. Neven era el amante de las ensaladas, yo de cualquier cosa que tuviese pan, Lily de lo que saliese más económico y Kenzi, bueno, Kenzi comía lo que sea que pudiese entrar en una boca humana.
Habiendo pasado noches en casas de desconocidos, en pisos de aeropuertos, en asientos de buses y en camas de hoteles por cortesía, no había nada como una fría noche de carpa en medio de la nada, con sólo estrellas y silencio. El ritual matutino era simple: frisbee hasta que nuestros cuerpos entraran en calor y ver la salida del sol al ritmo de Here Comes the Sun, de Los Beatles. Ahora, era tiempo de comerse el lugar.
El parque es tan concurrido que prohíbe el ingreso a vehículos al área del cañón, y el único medio de transporte habilitado es un shuttle, un bus que te traslada y que se detiene en cada una de las paradas donde es posible iniciar o terminar un posible trekking. Nosotros haríamos el conocido Angel’s Landing, o el lugar al que los ángeles descienden desde el cielo.
Nunca había hecho un sendero con tanta gente alrededor. Las instalaciones están en tan buenas condiciones que permiten a gente de todas las edades venir y subir a admirar estos paisajes. Los tramos más peligrosos tienen cadenas atornilladas en las rocas para evitar una caída, y varias de ellas tienen algunas de las vistas más dramáticas hacia el fondo del abismo.
Al llegar a la cima las vistas al valle eran adictivas, lugar perfecto para merendar y descansar. Estábamos disfrutando de 270 millones de años de historia geológica a todo nuestro alrededor. Era un viaje al pasado, y al pasado del pasado. Alucinante.
Pero si creían que eso era todo, están muy equivocados. Mucha gracia causaba verle la cara a todos quienes terminaban esta sección con la satisfacción de haber terminado el sendero, cuando se encontraban con que aún restaba subir al tope del monolito gigante, el verdadero descenso del ángel. Algo definitivamente no recomendado para quienes sufren miedo a las alturas. La cima del peñasco ofrecía vistas aún más despampanantes que el punto anterior. Finalizar este último, pero empinado desafío hacía que el objetivo estuviera cumplido y que nuestra alma sonriera aliviada.
En total fueron once kilómetros de caminata en la primera parte de esta aventura, que nos regaló una última sorpresa. Cuando nos dirigíamos a conocer las populares piscinas esmeraldas del parque, un pequeño ser de luz se nos cruzó a mi grupo y a mi. Nada más que un hermoso ciervo que iluminaba la ruta para quién pasase por ahí. Nos dejó sin palabras. Porque Zion es también hogar de muchas especies y nosotros eramos la constante visita con que deben convivir a diario.
Así dábamos vuelta la primera página de esta historia. Una, de verdad, muy prometedora. Quedaba un grupo de amigos por seguir conociendo y muchas millas más por seguir recorriendo. Este sería sólo el comienzo.