Tras la enorme experiencia que había significado la visita a la Cueva de las Manos, era hora de volver a mi país. Para ello, volveríamos a circular por la desolada Ruta 40, en lo que serían horas y horas de conducción y ningún otro vehículo a la vista, ni a favor ni en contra nuestra. Este entorno marciano nos daba la despedida a lo que serían mis días en la Argentina.
Cruzamos la localidad de Los Antiguos, en la zona norte de la Provincia de Santa Cruz, y finalmente llegamos al cruce fronterizo Jeinemeni, que conecta con el pueblo de Chile Chico. En este lugar descansaríamos una noche y daría comienzo la tercera etapa de este viaje, la Carretera Austral.
Había escuchado a otros viajeros decir que la ruta que une Chile Chico y Puerto Río Tranquilo (que era nuestro destino) era una de las más increibles de la Carretera Austral, y creo firmemente que después de recorrerla, increible es poco. Durante horas bordeas acantilados por todo el Lago General Carrera, el segundo más grande de Sudamérica. Además, notas de inmediato el cambio del color en el ambiente. Se reemplaza el café y amarillo de la pampa argentina por el verde de la flora, el azul de las aguas y el blanco de los montes nevados, por lo que incluso Felipe, que conducía el furgón, debía parar continuamente para inmortalizar la belleza del paisaje por el que circulábamos.
Al caer la noche, visualizamos en directo los peligros de la Carretera Austral, al presenciar el volcamiento de un camión de carga hacia el costado del camino, llegando al pueblo de Puerto Guadal. Después de eso, sólo quedaba una hora y media hasta Puerto Río Tranquilo, hogar de otro lugar para conocer antes de morir, el Santuario de la Naturaleza Capillas de Mármol.
Cada uno de nosotros tenía diferentes planes en Chile. Felipe iba hacia el norte para cruzar nuevamente a Argentina en Futaleufu, Artyom y Natalie iban también al norte a hacer cabalgatas en Cerro Castillo y yo iba al sur a cumplir mi sueño de visitar Tortel, por lo que las Capillas serían nuestra última aventura en conjunto. Había algo especial entre nosotros, una sensación de llevar meses viajando juntos y tan sólo habían pasado tres días. En fin, pase lo que pase íbamos a aprovechar este ultimo día en sociedad de la mejor manera, adentrándonos en las aguas del Lago General Carrera para esta nueva aventura.
Primeras horas de luz del día siguiente y estábamos listos para la salida. El día se presentaba nublado, pero no impedía que las visitas a las capillas se realizaran. Gracias a una recomendación, abordamos la lancha desde Puerto Tranquilo mismo, ya que tienes otra alternativa de embarcarte en un muelle al sur del pueblo, un punto más cercano a las formaciones rocosas.
El lago se caracteriza, particularmente, por no ser sereno a la hora de navegar, así que los 20 minutos que significaron la ida a las capillas fueron ya toda una aventura, dónde terminamos todos empapados. La visita por las formaciones de mármol constan de 4 etapas: las cavernas, el túnel, la catedral y la capilla.
Las cavernas de mármol son grietas y agujeros en las paredes de roca, al nivel del agua, formadas por la erosión producida por el viento, la lluvia y la fuerza del lago, dónde los colores de las formaciones contrastan con el verde y azul de las olas. Algunos agujeros te permiten el ingreso de la lancha para admirarlos desde su interior, momento en qué puedas tocar y sentir la particular textura. Personalmente siempre pensé que el nombre «mármol» era en relación a la similitud con la roca. Gran sorpresa me llevé al observar y darme cuenta que era mármol real y puro.
En el trayecto encuentras toda clase de formaciones rocosas particulares, entre ellas «El Perro», que desde el ángulo correcto toma la figura perfecta del mejor amigo del hombre. Tras otros minutos de navegación, sería el turno del túnel de mármol, que no es más que dos cavernas unidas entre sí en su interior por un arco de roca, y con el espacio suficiente para ser atravesado lentamente por la lancha.
En tercer lugar la lancha toma rumbo hacia la magnánima catedral de mármol, la gran roca. Ubicada en el medio del lago con las mismas formaciones en su parte inferior, pero a gran escala. En vivo es infinitamente mejor que en fotos, la perfección que entregan estas maravillas de la naturaleza son indescriptibles. Los colores, las texturas, el sonido de las olas rebotando continuamente; dan ganas de tomar un trozo y llevarlo contigo por siempre.
Finalmente la visita te lleva a la capilla de mármol, una roca más pequeña que la catedral, pero que posee el suficiente espacio en su interior para descender en ella y admirarla de un punto diferente a todo el resto de formaciones. Formas parte de la capilla. Los agujeros pasan a ser ventanales, el mármol se convierte en mosaico y te sientas en lo que pasa a ser un confesionario. La mística de un lugar así es gigante. Continuó el volver a la lancha y comenzar el trayecto de vuelta, que sería aún peor que la ida, con las olas en sentido contrario y con la barca, a ratos, completamente en el aire. Hubiesen visto nuestras caras. Una alegría que provenía del alma, de haber realizado y presenciado un momento que atesoraremos por siempre. Y una despedida perfecta con este gran grupo de gente con la que tuve la suerte de compartir.