Vai dar certo. Las tres palabras que serán el símbolo de mis días en este lugar de ensueño. Durante más de diez años, desde la primera vez que vi los Lençois Maranhenses en una fotografía, me dije que iba a hacer todo lo posible por visitarlo un día. Por cuestión de tiempos en Brasil, permisos de permanencia y esas cosas, muchas veces lo vi como algo que escapaba de mis manos, pero los sueños son para cumplirse, y aquí me encontraba, en la playa de Atins habiendo llegado desde Barreirinhas, en una travesía que cuento AQUI.
Mientras me relajaba en la beira mar, jugando con una cachorrita que encontré vagando por la arena, es que se me acercó Diego, un mochilero argentino que había llegado la tarde anterior y estaba quedando en casa de un nativo. La verdad es que mi prioridad en ese momento era tener un lugar donde dejar reposar la mochila y así poder salir a recorrer tranquilamente la aldea, a lo que Diego me ofreció su sitio, no sin antes pasar a un camping que había de camino y donde se estaban hospedando unos conocidos de él. Allí conocí a Felipe, de Brasil, a Xerach, de las Islas Canarias, y a Zoe, Lorette y Marie-Lou, de Francia. El grupo necesitó de un desayuno juntos para sentirse como si fuésemos amigos de toda la vida, como si cada uno de nosotros fuera un elemento químico y unidos formáramos dinamita. Fue aquí, cuando Diego encendió el fósforo:
– ‘Estuve hablando con unos guías ayer, alguien de aquí se animaría a hacer una caminata dentro del parque?’
No lo esperé, menos cuando llevaba sólo una hora en Atins. Las ganas de caminar dentro del parque las traía intactas, pero no sabía de cuanto dinero estábamos hablando, ni si todos mis nuevos amigos se iban a animar. Quedamos de hablar con el guía para estudiar la idea. Aquí fue donde conocimos a Caiçara, un nativo, tercera generación de familiares que moran dentro de los Lençois mismos, con una larga tradición en la pesca. Él era nuestra mejor opción para adentrarnos en las gigantes dunas y sus lagunas a un precio accesible. Acordamos que haríamos 30 kilómetros de caminata hacia Baixa Grande, el primer oasis, y volveríamos al día siguiente, a un precio de 500 reales, 70 por persona. Cualquier tour que busques en Barreirinhas no te baja de los 200 reales POR DÍA, y acá nos encontrábamos frente a una oportunidad oportuna única. Claramente, aceptamos todos y nos preparamos para comenzar la travesía por la tarde de ese mismo día. No podía creer la llegada que me estaba preparando Atins, nos íbamos a adentrar en los Lençois Maranhenses!!
Salimos tras el atardecer en dirección oeste, más específicamente al Canto dos Lençois, un restaurant y parada obligada en la caminata, que esta ubicado a unos 6 kilómetros del inicio del sendero. Volando se nos pasó la primera hora y media, en medio del mato, atravezando pozas de agua y rodeados de oscuridad. Ahí es donde acreditas que para hacer algo así necesitas un guía, porque parte del viaje DEBE hacerse de noche debido al inminente y feroz calor. Recargamos agua y continuamos, la meta de la noche era caminar unas 5 horas al menos.
A pesar de las tinieblas, vimos que lo siguiente era caminar por la orilla del mar, punto de referencia óptimo para avanzar de noche sin luz alguna. Caiçara nos comentaba que hacer la caminata en luna llena era todo un espectáculo, que parecía de día, o que en invierno se forman hasta inimaginables cascadas en el parque. Yo, mientras tanto, me entretenía mirando al cielo y buscando estrellas fugaces. Soy del tipo de persona que cuando ve una, pide deseos, pero acá no había necesidad, porque uno que anhelaba durante mucho tiempo se estaba cumpliendo.
En un momento, Caiçara se detiene y nos pide a todos saltar en la arena húmeda. Al hacerlo quedamos anonadados, pequeñas luces de color celeste fluorescente se dispersaban de nuestros pies descalzos hacia afuera, más cuando lo hacíamos sobre el agua. – ¿Habían visto alguna vez el plancton? Bueno, ahí se los presento, exclamó. Eramos unos niños saltando en medio de la nada y observando esos extraños y asombrosos brillos que emanaba nuestro movimiento. Lamentablemente fue algo imposible de documentar, había sólo que disfrutarlo en vivo.
Bebiendo una cachaça, conociéndonos mejor y riendo de lo lindo, nos pasamos los próximos kilómetros hasta sosegarnos en una especie de cabaña de pescadores, aislada de todo el mundo. Aquí descansaríamos unas horas, para continuar el viaje por la mañana. Algunos dormimos en hamacas, otros lo hicieron acostados sobre la arena bajo la sábana de estrellas que nos cubría a todos. Recuerdo que fueron diez las estrellas fugaces que totalicé esa noche.
Caiçara nos despertó cerca de las 5 AM para ver el amanecer, el más rojo que he vivido en mucho tiempo. Un desayuno, unos cortos de cachaça y de vuelta al ruedo. Fueron 8 kilómetros más de litoral plano antes de adentrarnos en el denso desierto. En esta segunda jornada ya aparecía algo de fatiga en nuestros cuerpos y a ratos el silencio se apoderaba de todos. Imagino que era un buen momento para que cada uno medite su pasado, su futuro y este alucinante presente que estábamos viviendo. Hace 24 horas apenas estaba arribando en Atins y ahora me encontraba caminando en medio de los Lençois Maranhenses. Estaba dando todo certo, claro está.
A medida que nos acercábamos a las dunas comenzábamos a encontrar agua dulce que venía desde el interior del parque, agua tan limpia que daba hasta para rellenar nuestras cantimploras. Tomamos un baño y descansamos los pies, porque el sol se aproximaba y era hora de enterrarlos en la arena. Mientras íbamos en camino a la primera gran duna, la expectación nos mantuvo un momento en suspenso, no sabíamos que encontraríamos allí. En efecto, al llegar a la cima divisamos nuestra primera gran laguna de los Lencoís Maranhenses. Algunos nos abrazamos, mientras Caiçara exclamaba que esto estaba recién comenzando.
Así fueron los próximos kilómetros, luchando para subir las dunas y casi rodando como bola de bowling para bajarlas, avanzando a través de las lagunas porque algunas eran tan grandes que no valía la pena rodearlas. Llegamos a un momento de la caminata en que perdimos de vista el mar (nuestra referencia del norte) y ahora en cualquier dirección hacia donde enfocáramos había sólo agua, dunas y uno que otro animal (ovejas, cerdos). Caiçara nos indicó una gran laguna transparente en que podríamos parar y descansar un tiempo, lugar donde pasaríamos el resto de la mañana jugueteando. Estábamos a tres kilómetros del oasis Baixa Grande.
La laguna en que tomábamos baño era formada por la lluvia que cae unos meses antes en el parque, sólo de eso, y que evidentemente seca los meses finales del año. El calor infernal la hace muy cálida y te permite nadar tranquilamente alrededor, sin oleaje alguno. Sumergirse era otra locura, con un visibilidad perfecta a los colores, la vegetación y uno que otro tronco de árbol que descansaba algunos meses bajo el agua. Volvías a la superficie y te encontrabas alrededor de una sierra de enormes dunas blancas. Recuerdo que Felipe se me acercó y me dijo – ‘Mañana estaremos de vuelta en Atins, esto hay que vivirlo hoy y ahora, y por sobretodo, agradecer’. Y mucha razón que tenía. Nuestra felicidad era indescriptible.
El último tramo, cercano al mediodía, fue fatal. La arena nos quemaba los pies y el sol nos hacía sentir dentro de un gigante sauna. Exhaustos, llegamos a Baixa Grande, una región verde en medio de las dunas, creada únicamente por la acción del Río Negro que atraviesa el parque hasta desembocar en el mar. Aquí viven 5 familias (algunos de ellos parientes de nuestro guía Caiçara) y donde vivimos un almuerzo comunitario y celebramos nuestros primeros 30 kilómetros de viaje. Lo habíamos logrado.
Faltaba la guinda de la torta. Ya habíamos visto el amanecer desde el mar y ahora era el turno del atardecer desde el medio de las dunas. Fue el momento de sincerarnos como grupo, agradecer el hecho de, con menos de un día de conocernos, nos atrevimos a estar ahí, juntos, en medio de la nada, como una familia. Gente de 5 países diferentes curtiendo la vida como si no hubiese un mañana. Fue uno de los atardeceres más pacíficos y bonitos que viví en mi vida.
Una ventaja de hacer esto con un nativo es que puedes tener acceso a elementos que no son del típico paseo turístico en los Lençois. Ya de noche, Caiçara nos llevó a nadar al río negro, con la luna observándonos desde todo lo alto. Pocas veces nadé en aguas tan tibias, haciendo plancha, admirando el universo a mi frente y sintiendo mi cuerpo derretirse ante la pasividad del momento. ¿Cómo vas a describir este momento en tu blog?, me preguntó Zoe. La verdad es que no tenía la menor idea. Para Caiçara, nadar en las aguas del río negro era nuestro bautizo como filhos da areia (hijos de la arena). Estábamos destinados a regresar en alguna otra ocasión.
Tras una fogata nocturna, y cerca de las 5 am del otro día, comenzamos el retorno. Esta vez haríamos un camino diferente, atravesando otras lagunas, que nosotros usualmente dábamos nombre para tener una referencia. En cuanto el sol apareció, las lagunas reflejaron en sus aguas el cielo nuboso de aquella mañana, las dunas se apreciaban más blancas que nunca y a ratos creías estar en medio de la nieve. Una ventaja de esta maravilla de la naturaleza es que no hay límites para tu desplazamiento, puedes ir en la dirección que desees por el tiempo que estimes conveniente. No hay un sendero establecido ni prohibiciones de traslado, mientras cuides tu alrededor.
Quedaba una última sorpresa en nuestra caminata. Tras dejar las dunas, volvimos a pasar por las cabañas de pescadores, encontrando esta vez a tres de ellos regresando del pesado trabajo nocturno. No podíamos no detenernos y compartir con ellos. Rápidamente, un pez gigante y gordo apareció ante nosotros y comenzó a ser asado para deleitar nuestros hambrientos estómagos. La cabaña era pequeña para las once personas, pero como todo en este paseo, no hubo problema en acomodarnos y compartir esa pema (nombre del pez) con un poco de farinha y ají en su interior. Lo que importaba era que el corazón era más grande que el cielo y las montañas.
Ya de vuelta en el Canto dos Lençois, ocho hamacas esperaban a estos ocho exhaustos caminantes. La satisfacción de una experiencia de vida, realmente inolvidable y que hizo que mis días dentro de los Lençois Maranhenses fuesen mucho mayor al más optimista de mis sueños. Eternos agradecimientos a mis compañeros de viaje, personas que guardaré por siempre en mi corazón, y en especial a Caiçara, un guía que viró amigo (de hecho quedé en su hogar unos días tras la travesía). Un viaje perfecto, que para algunos eran las últimas experiencias que vivirían en Atins y en Brasil. Caipirinhas coronaron la celebración y la inminente despedida. Gracias totales, porque debido a ustedes ‘dio tudo certo’. Buenas aventuras para todos mis amig@s.
NOTA: Contacto de Nuestro Guía Caiçara. https://www.facebook.com/profile.php?id=100005941903499