Antes de comenzar, debo ser honesto: nunca he sido un gran fanático o asiduo a las playas. Siendo Chile un país con un borde costero de 6500 kilómetros de las heladas aguas del Océano Pacífico, para mi era sólo el pretexto perfecto para salir con amigos, tomarse una cerveza y disfrutar del atardecer, porque de meterse al agua ni hablar. Si a eso sumamos un posterior episodio de casi ahogo en Río de Janeiro en 2013, he decidido permanecer lo más alejado posible de la arena, el mar y el sol.
Hasta que conocí Santa Catarina..
Santa Catarina es el segundo estado más austral de Brasil, luego de Rio Grande do Sul. Su capital es Florianópolis, pese a no ser la ciudad más poblada, y su mayor atractivo es la totalidad de su litoral, donde es posible disfrutar de cientos de playas. Nosotros ya llevábamos al menos un mes sin visualizar el océano, por lo que anhelábamos un encuentro con la zona costera, cosa que sucedió recién cuando llegamos a Arroio do Silva, lugar donde fuimos recibidos por Anderson, de CouchSurfing.
Anderson había vivido en Chile unos años y dominaba el español «chileno» a la perfección. No saben lo reconfortante que es volver a escuchar tu propio idioma nuevamente, aunque venga con un acento tropical de por medio. Por más de una semana, el moreno fue nuestro servidor y a la vez nuestro irmao (hermano), desde su trabajo en la cercana Araranguá hasta la vida relajada en la costa catarinense.
Arroio do Silva nos daba un día de sol por dos de tormenta. Realmente creíamos que Santa Catarina iba ser nuestra división definitiva del mal tiempo, pero según aprenderíamos, esto estaba sólo comenzando. Los días abiertos eran para meter los pies al mar por primera vez en este país, caminar por toda la playa observando a los pequeños pescadores montar sus redes al océano, y para comer las delicias que Anderson y su madre preparaban.
Junto a Anderson visitamos la mayor atracción del área, Morro dos Conventos, un mirador natural de 80 metros con vista al mar que en su base aloja enormes dunas, perfectas para fanáticos del sandboard. Su ubicación coincide también con la desembocadura del río Araranguá, la cual puede ser vista fácilmente desde las paredes rocosas de esta gigante estructura.
Como dije anteriormente, en Anderson ganamos a un gran amigo que espero pueda voltar (volver) pronto a Chile, porque sabemos que lo desea con anhelo. Un amigo que nos protegió cuando las tormentas eléctricas se nos vinieron encima, arrastrando autos y dejando desaparecidos a menos de 10 kilómetros de distancia de nuestra locación. Habiendo pasado la tormenta, dejamos Arroio do Silva para seguir en nuestra búsqueda de la mejor playa del sur del estado.
Nuestro siguiente objetivo quedaba unos 100 kilómetros al norte, en el pueblo de Garopaba, lugar que alberga la famosa playa de Ferrugem, un paraíso para amantes del surf. Estaríamos en estas latitudes por dos días y nuestro recibimiento, para variar, era horrible, con un día de leves chubascos. Eso si, esto no detenía al surfer local que, saliendo de la escuela o del trabajo, empinaba directo a montar unas olas. Elongaciones varias, un rezo en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, y al Atlántico. Más de treinta personas logramos divisar al mismo tiempo, sin importar género, edad o raza; la pasión era la misma, la tabla.
Sobre Ferrugem les puedo contar que queda a pocos kilómetros de Garopaba, teniendo buses que pueden acercarte al lugar sin problemas. Además, el sector norte de la playa es más turística debido a tener mayor infraestructura de bares, mientras que el sector sur cuenta con unas piscinas naturales y una hermosa península que permite admirar la playa en toda su extensión.
A pesar de los chubascos y de la inminente tormenta eléctrica que se avecinaba por la noche, acampamos en un bosque ubicado a pocos metros de la playa. Ahí, el espectáculo fue completo: sonoros truenos, relámpagos cada 30 segundos y rayos que cada tanto besaban el horizonte fueron las encargadas de darnos las buenas noches, mientras que un radiante e inexplicable sol nos invitó a comenzar la mañana. ¿Qué pasó en el intertanto? Yo me pregunto lo mismo.
Con una caminata a la cima del pequeño morro (cerro) de la península y un relajante baño final, despedimos Ferrugem hasta una próxima ocasión; una verdadera joya de esta parte del estado.
Cuando ya contactábamos con nuestro host que nos alojaría en Florianópolis, nos llegó una última recomendación que agradeceremos por siempre: visiten Guarda do Embaú, a unos cortos 30 kilómetros de la capital de Santa Catarina. Es en estos casos que agradecimos no tener horarios ni calendarios en esta travesía, porque de verdad estábamos llegando a un lugar imperdible del sur de Brasil.
Tan sólo arribar, notamos que para llegar a la playa había que cruzar un río, el Río da Madre. Numerosas embarcaciones hacen el cruce para que tú y tus equipajes lleguen sanos y salvos al otro extremo, mas como buenos mochileros que somos, vimos que el nivel del río era lo suficientemente bajo para cruzarlo con las mochilas en alto. Así fue como nos dio la bienvenida una de las mejores playas del país.
Su playa de arenas claras y finas es magnífica. El sol alumbraba fuerte, lo que hacía que tuviese un número importante de visitantes. Al fin podíamos sentir que, tras tres playas, vivíamos un día completamente veraniego en el mejor lugar posible para hacerlo. Mochilas al suelo, trajes de baño y a dejarse llevar por este paraíso en miniatura.
Guarda do Embaú fue la primera playa de Brasil en la que me bañé desde aquel incidente de Ipanema en 2013, en Rio. Es satisfactorio perderle el miedo a algo tan maravilloso como el mar, que tan sólo con el sonido de su oleaje puede hacerte tan pleno y feliz. No queríamos dejar este lugar, así que decidimos acampar ahí mismo en un pequeño bosque entre la playa y el río. Por la noche éramos las únicas almas morando (viviendo) en aquel lugar.
Eso si, Guarda do Embaú no es sólo una playa bonita. También es un lugar perfecto para hacer senderismo alrededor de los cerros que la contienen. Así pasamos rápidamente de quemarnos al sol a orillas del océano a perdernos en medio de la nada por algunas horas. Algunos puntos del viaje hacían divisar el mar, la playa, el río y el pueblo desde otra perspectiva, completamente desolada por el día nublado que se avecinaba, mientras que en otros lugares sólo dejaba dimensionar la inmensidad del Atlántico.
Si avanzas lo suficientemente lejos en dirección norte, atravesando roqueríos, fauna y otras playas ocultas, puedes encontrar la vista al extremo sur de Florianópolis, nuestro próximo destino. Fue un final ideal, porque imaginamos que en una semana podríamos estar en la isla de la magia, tomando esta misma imagen, pero desde el ángulo opuesto. Y recordaremos lo fascinante que esta caminata fue para nosotros.
Guarda do Embaú quedará grabada permanentemente en mi corazón como un lugar mágico, que imagino en verano debe estar completamente plagado de gente. Te llevaste mis lentes, pero quién sabe si vuelvo a buscarlos más pronto que tarde, porque hasta ahora es lejos la mejor playa de todo el litoral.