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Honduras y la ironía del descanso

Han sido largos 20 meses de viaje, el más extenso que jamás haya realizado. Rompí mis propias marcas y llegué más lejos de lo que imaginé, pero a decir verdad ha sido a un costo muy alto. En 2014 fueron mis problemas de espalda los que me tuvieron casi un año fuera de las carreteras, esta vez estoy llegando a un punto en que si no tomo un descanso permanente voy a colapsar. Lo vengo diciendo hace más de seis meses, pero por diferentes razones nunca se concretó. Este descanso no necesariamente debe traducirse en dormir de sol a sol ni pasar un mes de hamaca en la playa, sólo requiere disminuir las revoluciones del movimiento diario y dar una parada a esta rutina de la no rutina, a la incertidumbre de conocer donde dormiré la noche siguiente o que haré en la siguiente ciudad o de desconocer si obtendré suficientes aventones para llegar a mi destino, por ejemplo. Mochilear de mi manera estresa y el que lo niegue estará mintiendo.

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Bajo estas premisas llego al país de Honduras, el número 14 en esta ruta, luego de atravesar una Nicaragua muy tensa en términos políticos que nada ayudó a reducir mis niveles de estrés antes mencionados. De corazón no quería que esto afectara en mi apreciación final del país, pero estaba cerca de mi límite corporal y mental, por lo cual decidí salir antes de lo previsto.

En la frontera te cobran 2 dólares para salir de Nicaragua y 3 dólares para entrar a Honduras, sólo por cruzar aquella linea imaginaria. De ahí en más un amable camionero (y ahora amigo) hizo el viaje directo conmigo hacia mi primera parada en este nuevo país, la ciudad de Zambrano, unos 40 kilómetros al norte de la capital Tegucigalpa la cual sólo atravesamos de extremo a extremo. Llama mucho la atención las cientos de hectáreas de bosque quemado, como si hubiese arrasado un incendio que a nadie le interesó apagar, fue triste iniciar así.

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En Zambrano me recibiría Jorge, una de esas almas caritativas que no son fáciles de encontrar y que con anterioridad había ofrecido un espacio en su hogar para ese descanso que buscaba, junto con la posibilidad de ayudarlo en lo que necesitase. Su templo, Caserío Valuz, fue el mío por largos 10 días en los que Jorge pudo ser el aperitivo ideal de lo que Honduras significa. Junto a él estaban Giuliana y Federico, dos argentinos que también viajan por la zona, con quienes formamos el cuarteto que amaba devorar tamales y baleadas noche por medio. Zambrano es un pueblo pequeño y el Caserío le da una fina estampa que invita desde mochileros extranjeros hasta a elegantes personeros de gobierno, no sin perder el calor de un hogar lleno muchas historias.

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Entre veladas de buena comida y mi felicidad por estar realmente descansando, el cuarteto armó un viaje a la ciudad de Comayagua, ex capital del país en 1815 por 55 años. Jorge se lució mostrándonos las bondades arquitectónicas coloniales de la ciudad y sus museos, así como también algunos datos anecdóticos relacionados con la antigüedad del reloj de la Catedral. Yo sentía felicidad adicional de conducir un auto después de más de 1 año, ya que Jorge detestaba hacerlo. Otra actividad que hicimos como trío trasandino fue caminar hacia la cascada escondida, una de las sorpresas que Zambrano nos tenía, una caída de agua de 80 metros que en su cima guarda pozas naturales color celeste perfectas para realizar saltos en altura.

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Los días en el Caserío Valuz eran rutinarios, pero era lo que mi cuerpo pedía hace mucho y que en el futuro agradeceré con locura. Eso si, hubo dos situaciones que complicaron mi paz: uno de ellos fueron dos muelas que comenzaban a hacer estragos en mi boca, lo que precisó trabajo de dentista, y la otra era la repentina muerte por accidente de un amigo viajero chileno en las Filipinas, situación que te hace replantearte muchas cosas en relación con viajar, como lidiar con la muerte y la posibilidad de nunca poder despedirte de los tuyos. Ambas situaciones te hacen considerar volver a casa, pero por suerte queda sólo en eso. Fue tanto mi relajo en este lugar que ni siquiera visité Tegucigalpa y los otros atractivos al norte de Zambrano, como el Lago de Yojoa y las cavernas de Taulabé (adjunto las fotos que mis amigos argentinos tomaron).

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Tras diez asombrosos días arranqué al sur en dirección a la frontera con El Salvador para caer repentinamente en el pequeño pueblo de Goascorán. Aquí Jenny, mi anfitriona de Couchsurfing, y su sobrina Madelyn fueron mis ojos y oídos durante un par de días. Un paseo al otro lado de la frontera para conocer algo de El Salvador e innumerables episodios de series fueron parte de las jornadas aquí. Y cuando pensaba que ya era hora definitiva de cruzar al nuevo país, otra inesperada sorpresa llegó a mis manos. Recuerdo que intentaba fotografiar el billete de dos lempiras, la moneda oficial de Honduras, cuando noto que en la foto aparece un lugar llamado la Isla del Tigre y coincidentemente recibo un mensaje de mis amigos argentinos de Nicaragua Segundo y Enzo, invitándome a que nos reunamos por millonésima vez en aquella isla. Se pensó y se hizo.

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La Isla del Tigre se encuentra en el Golfo de Fonseca, golfo compartido con los países vecinos de Nicaragua y El Salvador. En ella se encuentra la ciudad de Amapala, conocida por haber sido sede capital del país desde 1876 y haber albergado en su momento a personajes de la historia como Francis Drake, Albert Einstein y Herbert Hoover. Para acceder a ella llegué a dedo al puerto de Coyolito, desde donde por 20 lempiras (menos de 1 USD) realizar el cruce en una tranquila lancha que no tarda más de 10 minutos en cruzar. Allá nos recibieron Maxiell y su fantástica familia, dueñas del restaurant «Veleros» ubicada en la playa el Burro.

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Nuestros panoramas en la isla variaban desde recorrerla caminando o en mototaxi, visitar las diferentes playas que rodean todo el Cerro del Tigre, principal volcán del sur de Honduras, y pasar largas veladas en hamacas tocando los mejores éxitos musicales aprendidos en guitarra para armonizar las comidas de los clientes al restaurant. La ciudad de Amapala no se queda atrás, con un centro histórico extraordinario y diferentes muelles de uso turístico y en donde la pesca significa la mayor producción de sus habitantes. Mis días en este nuevo país estaban viendo su fin, con el objetivo logrado de al fin poder darle un pequeño descanso a este cuerpo que tanto ha sido apaleado por las enormes y vagas carreteras de Latinoamérica.

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Honduras fue una lección de como aprovechar la estancia en fascinantes sitios mientras no se continúa reventando el físico y sobretodo la mente. Nuestro cuerpo tiene una fecha de vencimiento y debemos ser respetuosos con él o los errores de 2014 se repetirán. Mientras pensaba en que mi próximo pasó sería la meditación y el yoga, ya me estaba embarcando hacia una nueva aventura, atravesando el golfo de Fonseca para llegar en lancha junto a pescadores hondureños hacia las costas salvadoreñas y así comenzar un nuevo capítulo en esta apuesta por la ruta que no tiene fin. ¡El Salvador, ahí voy!

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