Mi primer pensamiento sobre día de muertos me transporta a unas tres semanas previas al arribo a Oaxaca, en que una familia me dio un viaje a dedo (ride) desde Chacahua a Puerto Escondido, familia precisamente desde la capital del estado. Ellos fueron los primeros en hablarme claramente sobre cómo celebrar la famosa festividad en la ciudad, porque de no apuntarle a las fechas exactas en los lugares indicados sería una pérdida de tiempo absoluta. Y créanme cuando les digo que prácticamente ninguna de las noches principales se celebran en la misma ciudad, todas son festejos que vale la pena vivir en pueblos aledaños. El detalle que el padre de la familia, llamado Franklin, me dio esa tarde era el siguiente:
- 31 de Octubre: Visitar Santa Cruz Xoxocotlán, sobretodo el cementerio (panteón) por la madrugada.
- 1 de Noviembre: Visitar cualquiera de los pueblos de Etla, al norte de Oaxaca y sus alegres comparsas
- 2 de Noviembre: Recorrer Teotitlán del Valle, Tlacolula y los pueblos del este.
Siendo unos pocos días antes del 31 de Octubre ya encaminaba ruta desde Mazunte (costa de Oaxaca) hacia la capital del estado donde tendría algunas jornadas para recorrer antes que las festividades comiencen. Y las aprovecharía al máximo.
El día de Muertos en Oaxaca era una festividad esperada por mucho tiempo, más después de que PIXAR expusiera de forma magnífica el sentir mexicano de estas fechas encarnado en la maravillosa familia Rivera de la película «Coco», que si no la ha visto hágase un favor y véala. Como mi idea era pasar estas fiestas con Kata, una amiga polaca que conocí en Venezuela hace varios meses, aproveché mi llegada unos días antes para salir a recorrer la ciudad de Oaxaca y algunos alrededores previo al gran festejo. La primera parada fue en Arrazola, a unos 13 kilómetros al suroeste de la capital oaxaqueña. Arrazola es conocida por ser el lugar de trabajo de los artesanos que dedican su vida a la confección de alebrijes, seres imaginarios conformados con elementos físicos de varios animales, reales y fantásticos. En esta zona los fabrican en madera de copal y finalmente son decorados con pinturas de colores alegres y vibrantes. No es difícil encontrar a los artesanos en pleno proceso creativo y lograr sacarles conversación, normalmente sucede en los talleres pequeños.
Otra de las visitas que aproveché de hacer en las alturas cercanas a Oaxaca fue caminar hacia la zona arqueológica de Monte Albán, capital del imperio zapoteca. Debo admitir que antes de visitar el Museo de Antropología de Ciudad de México no tenía ninguna idea de la existencia de esta civilización y menos de este conjunto arqueológico. Para llegar por tu cuenta puedes pagar 59 pesos mexicanos (3 USD) en la ciudad para un transporte ida y vuelta en autobús privado, cosa realmente conveniente ya que no hay transporte público hacia allá.
Monte Albán fue una de las ciudades más importantes de Mesoamérica. Se fundó en el 500 AC y en su momento de mayor desarrollo llegó a tener cerca de 35,000 habitantes, quienes vivían dedicados a la agricultura. Una de las particularidades de Monte Albán es que luego de que su ciudad fuese abandonada, constituyó un hogar para civilizaciones posteriores como los mixtecos, por eso se dice que es puriétnica.
Monte Albán requiere de numerosas horas para su recorrido, cuenta con vistas inmejorables de todos los alrededores de Oaxaca capital y sus pequeños pequeños aledaños. El sol estaba fuertísimo y obligaba a cada tanto en tanto buscar una sombra donde descansar los pies y la piel. No pierdan la oportunidad, también, de visitar el museo de sitio con el que cuenta, muy interesante y con algunos artículos que sorprenden por su estado, considerando la cantidad de tiempo que estuvo habitada y lo diferente de las civilizaciones que lo hicieron. Definitivamente coloco a Monte Albán dentro de mis sitios arqueológicos favoritos fuera del mundo maya y una recomendación de su visita si estás por tierras oaxaqueñas.
La entrada a Monte Albán es de 70 pesos mexicanos (3,5 USD), económico considerando que está declarada junto con el Centro Histórico de la Ciudad de Oaxaca como Patrimonio Cultural de la Humanidad de la UNESCO.
Ya poniéndonos en tono para la celebración del día de muertos, Oaxaca me enseñaría que no es una actividad puntual ni un sólo día de festejos. Por toda la ciudad entregaban programas con las diferentes muestras artísticas y tradicionales y que comenzarían el día 28 de octubre y finalizarían el 3 de noviembre, toda una semana de fiesta. De la mano de unos tacos de chuleta le dábamos la bienvenida a nuestros muertos que por una semana compartirían en este mundo terrenal en el más puro de los sentidos. Ya el día 28 junto a mi anfitriona de couchsurfing Xochilt fuimos a la primera comparsa masiva por las calles nocturnas de Oaxaca, el aperitivo de todo lo que se avecinaba.
Con la llegada de Kata en la mañana del 31 comenzaba oficialmente nuestra celebración de muertos y bien que la tenía organizada tal cual el detalle que les dejé en principio del texto. El último día de octubre nos dirigiríamos a Xoxocotlán, el 1 de noviembre a Etla y al día siguiente a Teotitlán del Valle.
Fue aquí donde un elemento que no estaba considerado en mi estadía en la zona me atacó de forma brutal, no sé si habrá sido por la ansiedad que me causaba cumplir este sueño o simplemente porque era cuestión de tiempo debido a la alimentación en México, pero una gastritis estomacal me tumbó por un par de días, sin permitirme disfrutar de todas las actividades y salidas que teníamos planificadas como correspondía. En momentos una caminata por el centro de Oaxaca y la multitud imposible de enumerar hacían que mi estómago se estresara y me pusiera a ver estrellas, no había como controlarlo. Por suerte eso no detuvo a mi compañera polaca de vivir un momento valioso para ella.
Era alucinante ver como dos días atrás Oaxaca se encontraba vacía de turístas y este último día de Octubre no entraba una aguja entre cada una de las comparsas musicales. Entre buffets por 50 pesos mexicanos (2,5 USD), pan de muerto en cada esquina, catrinas, dulces y cempasúchil, esa hermosa flor naranja que adorna las tumbas de cada persona fallecida que durante estos días estaría junto a nosotros. Ni hablar de las cantidades industriales de mezcal, cerveza y música, por todos lados la música adornaba esta fiesta gigantesca popular. Agradezco que al menos mi cuerpo acompañó para asistir a las muerteadas de San Agustín Etla que nos hizo bailar hasta el amanecer rodeados de esqueletos, animales y demonios. Sin duda una experiencia de vida.
Entremedio de las celebraciones y aprovechando que me encontraba un poco mejor de salud, arrancamos con Kata un día a dedo a una de las atracciones más mágicas del estado de Oaxaca, el popular Hierve el Agua. Salimos temprano para cubrir los 70 kilómetros lo antes posible cuando un grupo de jóvenes nos dio ride en su auto: Gaby, Eli y Daniel. No podíamos comenzar mejor cuando nos informaron que al igual que nosotros se dirigían a Hierve el Agua, pero eso no era todo, sino que también harían una parada antes para comprar mezcal artesanal de los productores locales, experiencia que no habíamos visto desde la llegada al estado y que en todas las guías de viajes es recomendado hacer.
Llegados al sitio, mientras unos bebían de decenas de tipos diferentes de mezcal, yo me adentraba en el mundo del maguey y su proceso productivo hasta ser convertido en esta tradicional bebida. En resumen, se cosecha la piña de maguey y se coloca en un enorme agujero a cocer para luego ser molida en una rueda gigante movilizada gracias al sudor de una pobre mulita. Tras esto, el líquido se calienta hasta hervir y pasar a través de un serpentín que está bañado en agua fría, así destila en pequeñas gotas para así ir llenando unos enormes recipientes que serán trasladados al gran barril. Acá permanecerán algunos días (dependiendo las intenciones del productor) y luego pasarán nuevamente por el proceso de destilación para quedar refinado y ser entregado a la mesa. Ya con el conocimiento en mano y uno que otro dormido de tanto testar mezcal, proseguimos nuestra ida a Hierve el Agua.
Hierve el Agua es el nombre de un conjunto de cascadas petrificadas de más de 200 metros de altura formadas por el escurrimiento de aguas termales de manantial con numerosos minerales durante millones de años y que hoy es considerado como uno de los puntos turísticos más visitados de México gracias a las piscinas artificiales que se formaron y que permiten a los visitantes tomar un baño tibio en aguas de color turquesa con una vista inigualable del valle. La entrada tiene un costo de 40 pesos mexicanos (2 USD). Cometimos el error de ir un día domingo, porque pareciese que mucha de la gente que pasó día de muertos en Oaxaca tuvo la misma idea que nosotros para el último día de la semana, por tanto el lugar estaba lleno hasta las banderas, pero bueno, igual no disminuyó el grado de locura de estar ante tamaña belleza.
Una cosa que desconocía sobre Hierve el Agua es que es un complejo de cascadas petrificadas y no es sólo una, como yo creía erróneamente. Durante el día nos entregamos al sendero por un par de horas (es corto, ¿pero quién corre en un lugar como este?) y le sacamos el jugo a Daniel que se las daba de fotógrafo aficionado. Eramos modelos de paisajes naturales por un día, listos para nuestro propio calendario. Aprenderíamos también durante aquella y calurosa tarde que este sitio es de un interés arqueológico y científico debido a que posee un complejo sistema de irrigación y terrazas construido por los zapotecas hace unos 2500 años aproximadamente, la mejor forma de aprovechar el agua tibia de los manantiales.
Esta experiencia de un día es una de las razones por las cuales junto a Kata nos movemos preferentemente a dedo, por historias como la de aquel domingo junto a Daniel, Gaby y Eli, por las amistades que guardamos con ellos y el haber compartido una visita como esta en un lugar como Hierve el Agua, ¡gracias amig@s!
Volveríamos para pasar una última jornada en Teotitlán del Valle, donde nos daría un caluroso recibimiento nuestro anfitrión de couchsurfing, Eduardo y su familia zapoteca. Nos despediríamos de Oaxaca y de esta celebración con la parte serena del día de muertos, sin música ni bandas ni bailes en las calles, sino que con los rostros de quienes guardan y atesoran esta oportunidad de compartir con los que nos han dejado. La despedida comienza al ir retirando la comida que por días permaneció en cada una de las tumbas y en los diferentes altares y comer la que aún tras las largas jornadas no se ha descompuesto, sólo para notar que muchas de ellas ya no tienen sabor. Los muertos se llevan consigo al otro mundo el gusto de aquellos alimentos. Hasta el próximo año, cumplí otro sueño.